Madrid
Esta es una de esas historias que enfadan. Así que si el
lector es medianamente sensible a cualquier tipo de maltrato, lo mejor
es que deje de leer. Es la historia de IIlona Mitchell, una británica de
48 años que en 2004 decidió hacer las maletas junto a su marido y
afincarse en el sur de España, en el municipio de Caniles (Granada), en
el que habitan unos 4.300 habitantes. Allí consiguió, tras mucho
trabajo, una finca maravillosa de 173 hectáreas que se encuentra a unos
cinco kilómetros de este pueblo. Le pareció perfecta. Estaba llena de
vida y belleza, con la vegetación propia de la Sierra de Baza en la que
proliferan los pinos silvestres, las encinas o los enebros y en la que
corretean liebres, ciervos, zorros o jabalíes. Ella siempre fue una
amante de la naturaleza y de los animales. De hecho, se trajo a los dos
caballos que por aquel entonces vivían con ella en Inglaterra. Buscaba
paz y se encontró con la personalidad más oscura de la España profunda:
el día de Reyes cinco de sus perros fueron masacrados, un sexto
desapareció y un caballo fue apaleado en la cabeza con tal ensañamiento
que está a punto de perder un ojo.
Durante
estos 13 años en España, IIlona ha vivido cosas buenas y malas, como
cualquier persona. Tuvo una hija, Eli, que ahora tiene 11 años,
consiguió -tras sufrir los sinsabores de burocracia- los papeles que le
permitieron construir una casa en su finca, la cual estará lista en un
mes, discutió con algunos vecinos por determinar los lindes de cada
terreno, se separó de su marido, se volvió a enamorar y, sobre todo,
hizo aquello con lo que siempre soñó: “Rescatar animales”. Con el paso
del tiempo fue sumando integrantes a su familia, una perra que había
sido maltratada, un cachorro que estaba abandonado, unos caballos que
compró en una feria… Entre todos sumaban ya 10 canes, cinco gatos y 14
caballos a los que dedicaba su vida y sus esfuerzos con la ayuda de su
amiga Mandy y su marido Roberto, un matrimonio británico que vive en
otra finca muy cercana a la suya. Y con el tiempo, tras darle muchas
vueltas, decidió poner coto a su propiedad y prohibir la caza. El origen
de sus quebraderos de cabeza, la razón, según cree, por la que sus
animales han sido asesinados a modo de revancha.
“Desde que decidí prohibir que se cazara en mis tierras he sufrido todo tipo de insultos. Me han parado por la calle, me han intimidado a mí y a mi hija y hasta falsificaron mi firma en unos documentos oficiales para que constara que sí permitía que entraran a cazar en mis tierras”, explica IIlona, que se encuentra todavía en estado de shock y desde que descubrió la masacre ha perdido unos nueve kilos de peso. “Esperaron a que fuera un día festivo como el de Reyes porque había menos policía y menos seguridad. Estaba todo planificado”, cuenta la británica, que no sabe muy bien cómo explicar a su hija, tan amante de los animales como ella, o incluso más, los motivos por los que “seres inocentes” han sido castigados con tanta crueldad. Su amiga Mandy, que descubrió los cuerpos de los perros antes que IIlona, tiene los nervios a flor de piel, ha necesitado medicarse y ha puesto a la venta su propiedad, temerosa de que algo parecido vuelva a suceder.
Roberto fue el primero en llegar. Tanto él como Mandy solían
ayudar a su amiga en el cuidado de los animales. IIlona, que todavía
vive en Caniles, había construido en su finca esa especie de santuario
para ellos a la espera de mudarse allí, cuando su casa de madera
estuviera terminada. Mientras, se apañaban de esa manera. Por la mañana
sus amigos, que viven al lado, se acercaban a dar de comer y beber a los
animales y ella aparecía poco después y se quedaba allí hasta por la
tarde. Les dedicaba prácticamente todas las horas útiles del día.
Aquella mañana de Reyes su hija se entretuvo un poco con los regalos e
IIlona recibió la llamada desesperada de Mandy. Los perros estaban
muertos. Salió corriendo y lo que se encontró fue una escena dantesca.
Durante la noche habían abierto las jaulas donde estaban
durmiendo. “Y como eran perros muy sociables debieron salir a saludar,
porque casi todos los cuerpos estaban fuera”, cuenta Isidoro, la pareja
sentimental de IIlona, un granadino de 40 años que se dedica al campo. Dizzy,
una perra mestiza muy tímida de siete años, fue la única rematada en su
cama. “Debió quedarse dentro de la jaula porque no se acercaba a los
desconocidos, como había sido maltratada le costaba coger confianza,
pero era un amor de perra”, cuenta Isidoro. Coco, de dos años, y Maisie, un cachorro de dos meses, tenían un tiro cada uno en la cabeza y estaban bañados en sangre a las puertas de la jaula. A Jack,
un pastor alemán de cinco años, le dispararon en la boca, y a pesar de
las heridas y de tener la mandíbula completamente destrozada, todavía
seguía con vida. Murió a la media hora de ser encontrado, de camino al
veterinario. Domingo, de tres años, con un disparo en la cara, aguantó un poco más, hasta la mañana siguiente. Rocky,
de dos años, sigue desaparecido y los otros cuatro perros que dormían
allí tuvieron algo más de suerte, consiguieron escapar a la masacre y
fueron encontrados días después.
Roco, el potro de cuatro años, recibió un sinfín de
golpes en la cabeza dentro de la cuadra y el veterinario no sabe si
podrá salvarle el ojo. “Los caballos son animales muy nobles y
cariñosos. Roco era encantador pero ahora está destrozado, si
oye una voz masculina se pone a temblar. Al principio solo permitía que
se le acercaran IIlona y Mandy. Pero ahora ya ni eso, está muy nervioso.
Conmigo se llevaba muy bien porque le dediqué mucho tiempo y ahora no
me soporta. Ni al veterinario tampoco, así que es muy difícil curarle.
Hay que darle tiempo”, explica Isidoro, convencido también de que fue un
acto premeditado, una revancha de los cazadores que insistían una y
otra vez en entrar en las tierras de IIlona.
Jairo Azar, director de la escuela de caza de la federación
de Granada, califica los hechos de “salvajada” y “horribles”. “Los
cazadores de verdad no hacen estas cosas. Nosotros condenamos estos
actos y los criminalizamos, como hicimos con el caso del cazador que mató hace poco a dos guardas rurales en Cataluña”,
dice Azar, que añade que cualquier persona tiene derecho a decidir si
se caza en su finca o no y ellos deben respetarlo siempre. “La condición
del cazador va siempre ligada a la legalidad y esto que ha pasado
evidentemente no lo está. No sé qué pasó ahí porque no conocíamos el
caso. Puede que fuera por rencillas personales o puede que lo hicieran
cazadores furtivos. Nosotros no hacemos estas cosas. Un trastornado,
sí”, asegura el director de la escuela de caza.
Trastornado o no, el que atacó a los perros y al caballo de
IIlona sabía lo que hacía. Tuvo la sangre fría de recoger los casquillos
y borrar las huellas para no dejar rastro. El Servicio de Protección de
la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) solo ha conseguido hacerse
con un proyectil del calibre 22 -supuestamente de un arma de fuego
corta- incrustado en el cráneo de uno de los perros y ya ha interrogado a
varias personas. Por ahora sigue investigando. ”Estamos convencidos de
que no pararán hasta encontrar a los culpables. Nos han dicho que en
estos casos hay que investigar el entorno más cercano. Al menos hemos
tenido la suerte de encontrarnos con agentes que aman a los animales y
que están horrorizados por lo que ha pasado”, cuenta Isidoro. En 2016,
el Seprona realizó más de 12.400 actuaciones contra el maltrato animal
en toda España, con 783 infracciones penales. Tan solo fueron detenidas o
investigadas 490 personas.
IIlona, por su parte, está aterrorizada, ya no se fía ni de su sombra y se ha llevado al resto de perros a su casa para protegerlos. Hasta que no se encuentre a los responsables no quiere rescatar más animales, aunque tiene una cosa clara: ahora más que nunca mantendrá el veto a la caza. También ha ofrecido una recompensa a todo aquel que ofrezca cualquier tipo de pista. “Eran todos tan buenos... Eran perros que habían sufrido mucho y ahora estaban bien, cuidados. Es muy injusto. Lo único que quiero es que me dejen vivir tranquila y que se haga justicia”.
“Desde que decidí prohibir que se cazara en mis tierras he sufrido todo tipo de insultos. Me han parado por la calle, me han intimidado a mí y a mi hija y hasta falsificaron mi firma en unos documentos oficiales para que constara que sí permitía que entraran a cazar en mis tierras”, explica IIlona, que se encuentra todavía en estado de shock y desde que descubrió la masacre ha perdido unos nueve kilos de peso. “Esperaron a que fuera un día festivo como el de Reyes porque había menos policía y menos seguridad. Estaba todo planificado”, cuenta la británica, que no sabe muy bien cómo explicar a su hija, tan amante de los animales como ella, o incluso más, los motivos por los que “seres inocentes” han sido castigados con tanta crueldad. Su amiga Mandy, que descubrió los cuerpos de los perros antes que IIlona, tiene los nervios a flor de piel, ha necesitado medicarse y ha puesto a la venta su propiedad, temerosa de que algo parecido vuelva a suceder.
IIlona, por su parte, está aterrorizada, ya no se fía ni de su sombra y se ha llevado al resto de perros a su casa para protegerlos. Hasta que no se encuentre a los responsables no quiere rescatar más animales, aunque tiene una cosa clara: ahora más que nunca mantendrá el veto a la caza. También ha ofrecido una recompensa a todo aquel que ofrezca cualquier tipo de pista. “Eran todos tan buenos... Eran perros que habían sufrido mucho y ahora estaban bien, cuidados. Es muy injusto. Lo único que quiero es que me dejen vivir tranquila y que se haga justicia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario