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París
Las rocambolescas historias del espionaje francés
se amontonan en los últimos meses para dejar su reputación algo más que
dañada. El último caso es un supuesto chantaje ocurrido en el
aeropuerto Charles de Gaulle de París: dos espías sometieron en marzo
pasado a un empresario para recuperar 13 millones que el servicio
secreto perdió en operaciones financieras fallidas. Sí, eso es, los
espías invirtieron y desaparecieron 13 millones.
El 12 de marzo de año pasado, el exbanquero y hombre de
negocios Alain Duménil, nacido cerca de París en 1949, intentaba tomar
un avión hacia Suiza en compañía de una amiga abogada. Agentes de la
Policía de Fronteras se acercaron a él y le obligaron a dirigirse a una
sala apartada con el argumento de que había sufrido una suplantación de
personalidad.
Minutos después, dos personas sin uniforme y armadas entraron en la sala. Le dijeron que actuaban en nombre del Estado –“Yo soy el Estado”, le dijo uno de ellos cuando le pidió que se identificara- y le dieron un plazo de 13 días para que enviara 15 millones de euros a una cuenta que le indicaron.
¿Por qué Duménil y por qué 15 millones? ¿Eran de verdad agentes del Estado? El diario Le Monde
responde a las preguntas con datos del sumario judicial abierto por
este caso. “En 2003”, le dijo a Duménil uno de los interrogadores,
“usted robó al Estado 13 millones de euros, pero hoy, con los intereses,
son ya 15. Tiene que devolvérnoslos”.
Según la posterior denuncia que presentó el empresario y exbanquero, sus dos interlocutores se mostraron amenazantes, le hablaron de que podía acabar “en silla de ruedas” y le mostraron fotos saliendo de varios de sus despachos, de su mujer o de su hija.
Cualquiera podía sospechar que aquella denuncia tenía trampa. No era creíble. Por agotar todas las opciones, el juez encargó al servicio de investigación interna de la policía que hiciera gestiones. Primera sorpresa. La Policía de Fronteras confirmó que, a instancias de dos agentes, retuvieron el 12 de marzo a Duménil. “La DGSE (servicio de espionaje exterior) me presentó el caso como de una importancia capital para ellos. Me dijeron que era un tema seguido al más alto nivel del Estado”.
Como los presuntos extorsionadores rechazaron identificarse,
el juez pidió las grabaciones de las cámaras del aeropuerto en la zona
correspondiente. Segunda sorpresa que apuntaba a los espías: las
grabaciones habían sido borradas días después de lo ocurrido.
Pero aún esperaba una tercera e inesperada respuesta. Sí, los servicios secretos han reconocido que fue cosa suya mediante una nota de Bernard Bajolet, director general de la DGSE: “El 12 de marzo de 2016, en el aeropuerto Rossy-Charles de Gaulle, el servicio organizó un encuentro con el señor Duménil. Ese encuentro se inscribió en el marco de misiones del servicio que afectan al secreto de la defensa nacional”.
Como ocurre en muchos países, los servicios secretos en Francia consiguen fondos extra para acciones especiales, al margen del presupuesto oficial, mediante inversiones y operaciones bursátiles. Una de ellas, parece que de gran calado, la hicieron la década pasada con sociedades que acabaron bajo el control de Duménil y con pérdidas enormes por parte de los espías.
Ahora es él el que persigue a la propia DGSE por los
supuestos delitos de “detención y secuestro” y “tentativa de extorsión
en banda organizada”. Parecería un arreglo de cuentas, sino fuera porque
hablamos de una de las instituciones más poderosas de Francia y de un
exbanquero que figura entre el medio millar de hombres más ricos del
país.
Con negocios en los sectores financieros, del lujo, aeronáutico e inmobiliario, tanto en Francia como en Suiza, Duménil se ha visto implicado en diversas causas judiciales en los dos países.
El escándalo se suma a otros dos de reciente aparición. Uno afecta a Bernard Squarcini, jefe de la poderosa Dirección General del Servicio Interior hasta 2012. Conocido en el sector como El Escualo, utilizó métodos ilegales para beneficiar a su antiguo mentor, el expresidente Nicolas Sarkozy, o a su actual patrón, Bernard Arnault, dueño del imperio del lujo LVHM. Imputado en septiembre por tráfico de influencias y obstrucción a la justicia, encabeza una red con turbios intereses que llegan hasta la mafia corsa.
El caso previo fue el de Bernard Barbier, jefe técnico del espionaje exterior entre 2006 y 2014. El mito de uno de los personajes más relevantes de los servicios de información de Francia acabó el año pasado por los suelos. El hombre contó en su antigua escuela cómo espió a China, Canadá o España, cómo confirmó que Washington pinchaba cuentas de altos cargos del Elíseo o cómo guió a un comando francés para matar yihadistas en Mauritania.
Si esos protagonistas son quienes más deben proteger los intereses de Francia, es más fácil de entender la grave crisis en la que está sumida el país.
Minutos después, dos personas sin uniforme y armadas entraron en la sala. Le dijeron que actuaban en nombre del Estado –“Yo soy el Estado”, le dijo uno de ellos cuando le pidió que se identificara- y le dieron un plazo de 13 días para que enviara 15 millones de euros a una cuenta que le indicaron.
Según la posterior denuncia que presentó el empresario y exbanquero, sus dos interlocutores se mostraron amenazantes, le hablaron de que podía acabar “en silla de ruedas” y le mostraron fotos saliendo de varios de sus despachos, de su mujer o de su hija.
Cualquiera podía sospechar que aquella denuncia tenía trampa. No era creíble. Por agotar todas las opciones, el juez encargó al servicio de investigación interna de la policía que hiciera gestiones. Primera sorpresa. La Policía de Fronteras confirmó que, a instancias de dos agentes, retuvieron el 12 de marzo a Duménil. “La DGSE (servicio de espionaje exterior) me presentó el caso como de una importancia capital para ellos. Me dijeron que era un tema seguido al más alto nivel del Estado”.
Pero aún esperaba una tercera e inesperada respuesta. Sí, los servicios secretos han reconocido que fue cosa suya mediante una nota de Bernard Bajolet, director general de la DGSE: “El 12 de marzo de 2016, en el aeropuerto Rossy-Charles de Gaulle, el servicio organizó un encuentro con el señor Duménil. Ese encuentro se inscribió en el marco de misiones del servicio que afectan al secreto de la defensa nacional”.
Como ocurre en muchos países, los servicios secretos en Francia consiguen fondos extra para acciones especiales, al margen del presupuesto oficial, mediante inversiones y operaciones bursátiles. Una de ellas, parece que de gran calado, la hicieron la década pasada con sociedades que acabaron bajo el control de Duménil y con pérdidas enormes por parte de los espías.
“Yo soy el Estado”, le dijo uno de ellos cuando le pidió que se identificara
Con negocios en los sectores financieros, del lujo, aeronáutico e inmobiliario, tanto en Francia como en Suiza, Duménil se ha visto implicado en diversas causas judiciales en los dos países.
El escándalo se suma a otros dos de reciente aparición. Uno afecta a Bernard Squarcini, jefe de la poderosa Dirección General del Servicio Interior hasta 2012. Conocido en el sector como El Escualo, utilizó métodos ilegales para beneficiar a su antiguo mentor, el expresidente Nicolas Sarkozy, o a su actual patrón, Bernard Arnault, dueño del imperio del lujo LVHM. Imputado en septiembre por tráfico de influencias y obstrucción a la justicia, encabeza una red con turbios intereses que llegan hasta la mafia corsa.
El caso previo fue el de Bernard Barbier, jefe técnico del espionaje exterior entre 2006 y 2014. El mito de uno de los personajes más relevantes de los servicios de información de Francia acabó el año pasado por los suelos. El hombre contó en su antigua escuela cómo espió a China, Canadá o España, cómo confirmó que Washington pinchaba cuentas de altos cargos del Elíseo o cómo guió a un comando francés para matar yihadistas en Mauritania.
Si esos protagonistas son quienes más deben proteger los intereses de Francia, es más fácil de entender la grave crisis en la que está sumida el país.
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